Por Paulina Fiscal.
Las ciudades son, potencialmente, territorios con gran riqueza y diversidad económica, política y cultural.
El modo de vida de los habitantes influye sobre el modo en que establecemos vínculos con el territorio, es por eso que hoy por hoy, a falta de oportunidades en la zona rural, se ha intensificado la migración poblacional hacia los centros urbanos. Según el Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (ONU-HABITAT), en el 2050 la tasa de urbanización en el mundo llegará a 65%, en contraste con el 37% que había en 1970(1). Esto se puede traducir en la creación de una tendencia global en la expansión de las manchas urbanas, demandando mayor área y servicios urbanos.
Tan solo en Querétaro, la mancha urbana de la zona metropolitana ha crecido 14 veces más en un periodo de 30 años: su crecimiento fue de 800 hectáreas existentes en 1980 a 11 mil hectáreas al término del 2009. (2). La expansión de las ciudades implica una necesidad de urbanización de las áreas verdes o rurales, e incluso la destrucción de áreas protegidas. Un cuestionamiento atinado sería preguntarnos si es necesaria la destrucción y transformación de estas áreas para ofrecer mayor calidad de vida a las personas, tomando en cuenta los daños ecológicos irreversibles que implican la creación y el desarrollo de comunidades urbanas. ¿Debemos impulsar el desarrollo urbano, a pesar de que sea el principal generador de crisis ambientales? Leer más…