Por Alicia Sánchez.
De acuerdo al banco mundial, la población del planeta es de 7.2 mil millones de habitantes, de los cuales el 53% vive en zonas urbanas. Este número crece año tras año, y se tiene registrado que del 2004 a la fecha se ha incrementado en un 5%. Así mismo, desde el 2006 se ha tenido que producir un 18% más de alimento, lo cual a su vez incrementó en un 23% el uso de fertilizantes a base de nitrógeno, fosfato y potasio.
Debido al esquema económico que presenta el mercado global, esta cifra seguirá creciendo; cada vez más personas vivirán en zonas urbanas y el inevitable destino de nuestros recursos de consumo es la producción en masa, pero ¿es realmente esta producción en masa la respuesta a nuestras necesidades alimenticias? La lógica inmediata nos dirá que sí, pero ¿qué sucede cuando nuestros recursos alimenticios se vuelven un objeto más que se produce lo más rápido, grande y brillante que se puede? ¿Realmente nos está nutriendo? o más importante aún, ¿nos está nutriendo a costa de qué efectos secundarios?
Según la FAO (Food and Agriculture Organization of the United Nations) países como: Francia, Alemania, Austria, Grecia, Luxemburgo, Irlanda, Polonia, Hungría, Italia, Bulgaria, Colombia, Argentina, Ecuador, Bolivia, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Chile, entre otros, cuentan o están en proceso de implementar una política agrícola enfocada a alimentos orgánicos, libres de pesticidas y transgénicos. Esto se traduce en una educación de consumo consciente, que a su vez incentiva a la población a adoptar esquemas de agricultura urbana y periurbana mediante huertos de traspatio, terrazas, azoteas, jardines escolares y comunitarios, que a su vez generan redes de agricultores urbanos que están en constante intercambio de información y productos. Todo esto produce organizaciones civiles o gubernamentales que promueven la integración o adaptación de la agricultura urbana a los esquemas existentes y futura planeación urbana.
En México aún empleamos esquemas urbanos de post guerra que han probado ser ineficientes, incosteables y que generan poca calidad de vida a sus habitantes. Si el destino de la población mundial es vivir en zonas urbanas, ¿por qué no nos replanteamos el esquema de diseño urbano que empleamos?, probablemente la respuesta de muchos será que es muy complicado, muy difícil o simplemente que no les importa, pero, si las zonas urbanas son el gran triunfo de la humanidad, donde celebramos siglos de evolución en todos los sentidos: culturales, sociales, económicos, alimenticios, de salud y derivados, ¿por qué no incluimos esquemas agrícolas urbanos que nos permitan pasar de un organismo citadino de constante consumo a uno proactivo y sustentable?
Para todos los que opinan que incluir esquemas agrícolas en la vivienda es muy complicado o difícil, les presento el caso de la Señora Jacky (como le gusta ser llamada). Ella es una ama de casa del municipio de Cadereyta, quien a pesar de sólo tener una educación académica básica ha logrado tener un hogar sustentable gracias a la capacitación del programa “Sustentabilidad Alimentaria” de SEDEA en conjunto con el ITESM Campus Querétaro y coordinado por Grupo Na Ya’ax, mediante el Ing. Agrónomo Mariano Vargas.
En este programa de “Sustentabilidad Alimentaria” que inició en junio de 2011, ella aprendió cómo tener un huerto de traspatio, desde qué, cómo y cuándo sembrar para obtener todos los insumos alimenticios que ella y su familia más consumen. Después de esto, con su perseverancia y el apoyo de las instituciones, logró equipar su casa con una cisterna de ferrocemento que recolecta el agua pluvial para el riego del huerto y uso de la familia, un biodigestor de aguas grises que procesa aguas jabonosas para reusarlas en el huerto y otro biodigestor de residuos sólidos del cual obtiene el gas para la estufa y boiler de su casa, así como el fertilizante para las plantas. Todo con un costo inferior a los treinta mil pesos.
En la actualidad ella produce lo suficiente para no tener que comprar ningún insumo vegetal o gas metano. Su consumo de agua potable proveniente de la red hidráulica se redujo en más de un 80% y con todo el dinero que ahorra invierte en un “banco comunitario”, donde ella y los demás agricultores de su comunidad abonan semanalmente y cuyo dinero se usa y administra entre la comunidad para brindar oportunidades de vivienda, salud y educación a los miembros de la misma.
Ella es sólo un ejemplo de este programa que abarca más de 2,560 familias en casi 300 comunidades de los municipios de San Juan de Río, Querétaro, Huimílpan, Amealco, Corregidora, Pedro Escobedo y Landa de Matamoros.
Al cuestionar al Ing. Agrónomo Mariano Vargas, ¿por qué este programa no se implementa en la ciudad? su respuesta fue que a la gente no le interesa producir sus alimentos o recursos, por falta de tiempo, interés y por el estigma cultural de humildad y austeridad que este conlleva. Este punto me hace cuestionarme ¿cómo es posible que en un país en donde el 57% de los 44 millones de personas económicamente activas, que percibe de 1 a 3 salarios mínimos ($61.38 a $184.14 pesos al día), puedan darle la espalda al ejemplo de la Sra. Jacky y las instituciones detrás de su logro?
Sin embargo, y a pesar de las dificultades o estigmas sociales, poco a poco el Ing. Vargas, mediante “Na Ya’ax Comunidad en Transición”, en conjunto con otras organizaciones y grupos civiles, ha notado cómo el interés de la sociedad urbana está despertando y casi con pasos de bebé, redes de agricultores urbanos se están creando.
Si bien es cierto que muchas de las decisiones de cómo se desarrolla la ciudad no dependen del ciudadano promedio, también es cierto que ese diseño urbano responde a una demanda del mercado, entonces ¿hasta cuándo dejaremos de contribuir a la condición parasitaria de nuestras ciudades para transformarlas en ciudades que integren la sustentabilidad alimentaria?
Agradecemos al Ing. Agrónomo Mariano Vargas y a la Sra. Jacky por la entrevista brindada. Para mayor información de este programa o sobre huertos urbanos contactar a: contacto@nayaax.com
Arquitecta por el Tec de Monterrey Campus Querétaro (2010). Ha colaborado en publicaciones para la Revista A+A, Entre Muros (Suplemento de Arquitectura del Periódico Reforma) y Revista Doble Altura (Uruguay). Otros textos de Alicia: Un Sueño en "Las Américas" | 19/02/2014