Por Montserrat Mendoza.
En los últimos años se ha estado discutiendo sobre la desaparición del espacio público. Como especie en peligro de extinción, los espacios públicos aún existentes en las ciudades, reconocidos por sus ciudadanos, son continuamente materia de diversas transformaciones para mejorar su imagen, y en algunos casos, su funcionalidad. Mientras tanto, el resto de la ciudad se está perdiendo la oportunidad de ver emerger nuevos espacios de calidad para la vida pública.
Muchos de los espacios que han ido naciendo en la ciudad contemporánea, lamentablemente, se encuentran desolados y sin uso, ya sea porque carecen de riqueza urbano-arquitectónica, por encontrarse mal ubicados, por no ser accesibles, por no contar con un diseño adecuado, etc., muchos factores que no han sido tomados en cuenta con la debida importancia.
En cambio, la función del espacio público ha estado siendo parcialmente remplazada por espacios privado-colectivos: de acceso restringido en forma de áreas comunes al interior de condominios; y de acceso aparentemente “libre” en forma de supermercados y centros comerciales.
¿Qué es lo que diferencia el espacio público del privado-colectivo?
Ya sean espacios abiertos como vialidades, parques, plazas, jardines, etc., o cerrados como bibliotecas, museos y centros culturales, en principio lo que define al espacio público en una ciudad es que la propiedad corresponde a todos los ciudadanos, por lo que el acceso a estos es enteramente libre. En lo anterior se posiciona la idea de que es en estos espacios donde se crea el sentido ciudadano a partir de la convivencia no de un grupo específico, sino entre personas de distintas características -edad, nacionalidad, condición física, situación socioeconómica, etc.-, a lo que llamamos diversidad.
A partir de este principio, por obvias razones se descartan entonces tanto las áreas comunes dentro de los condominios habitacionales, así como los supermercados y centros comerciales. En el caso de este último, la discusión se centraría entonces en que, si bien es un espacio de propiedad privada, este ofrece “libre acceso” a las personas, ciertas actividades al interior, y de cierta forma, un refugio de ocio que aísla de todo el caos de la ciudad.
¿Es entonces el centro comercial un remplazo del espacio público?
La primer reflexión que debemos realizar es si realmente el acceso es libre en los centros comerciales.
El verbo del ocio para el centro comercial es “comprar”, y aunque son espacios abiertos al público a los que puedes acceder tan sólo para pasear o caminar, no deja de cumplir su objetivo. Cada uno de los escaparates o vitrinas que conforman sus fachadas interiores están llenos de mensajes producto de la mercadotecnia; incluso se puede decir que el interior de los centros comerciales es la representación arquitectónica de los anuncios televisivos y de radio. En este sentido, estos centros son en realidad un producto dirigido a sólo un grupo de sociedad con cierto estatus social, siendo excluyentes del resto; desde este punto de vista no existe una diversidad principalmente en términos socioeconómicos.
Por otro lado, la flexibilidad en las actividades es otra de las características esenciales del espacio público abierto, pudiendo realizar un sin fin de actividades mientras el usuario les encuentre acomodo en la forma del espacio.
En los centros comerciales la creatividad se ve limitada, pues cada una de las áreas cuenta con una funcionalidad definida. No vemos a las personas haciendo picnic, jugando a la pelota, mojándose en la fuente, trotando, o recostadas en los pasillos y áreas verdes. Sólo vemos descanso en los lugares asignados, caminata, consumo, y últimamente una que otra exposición de objetos artísticos.
Finalmente, en el espacio público la convivencia tiende a trascender de nuestro grupo de conocidos hacia el resto de las personas. Es poco probable que en los pasillos de un centro comercial se den a lugar interacciones simples como “buenos días”, “qué bonito perro”, “gracias por darme el paso”, etc., sumando a lo anterior la maravilla de interacciones que entre juegos los niños explotan.
Si después de esta reflexión, en nuestra sociedad los centros comerciales se han convertido en los espacios de “congregación” contemporáneos por excelencia, aún carentes de flexibilidad, de naturaleza y áreas verdes que se intercambian por planchas asfálticas que denominamos estacionamientos, de diversidad social, etc., entonces existe un problema que en conjunto como ciudadanos, sociedad organizada, sector público y sector privado, se debe resolver.
El espacio público es la salud de la ciudad y sus ciudadanos.
Arquitecta por el ITESM Campus Querétaro y Maestra en Urbanismo por la misma Universidad. Ha colaborado desde el 2010 en la coordinación de proyectos en materia de planeación urbana, control y administración del desarrollo, y movilidad en los Municipios metropolitanos de Corregidora y Querétaro. Actualmente es Directora de Investigación en Unlugar.Federico Medina Cano. “El Centro Comercial: Una Burbuja de Cristal”. Diciembre 1998.