Por Nestor Quiroz.
La mayoría de las personas en México están muy bien familiarizadas con lo que es un suburbio y lo que representa vivir en uno.
En mi experiencia personal, vivir en un suburbio ha forjado mi carácter y mi personalidad. El barrio donde se crece y vive se convierte en algo que tomamos por sentado y que rara vez nos ponemos a analizar.
A veces cambiar de domicilio o un simple viaje nos hace cuestionar la manera tan peculiar en la que los habitantes de cierto barrio se comportan, la cual es diferente a los de otro en barrio en cualquier otro lugar. Recientemente tuve uno de esos momentos de reflexión y es ahí donde llegué a la siguiente conclusión: Las personas que viven en mi barrio son personas cerradas y con falta de creatividad.
Y ¿cómo he llegado a esa conclusión? La respuesta está en la arquitectura.
El barrio de Juriquilla en Querétaro es originalmente un suburbio que se caracterizó principalmente por dos cosas: había mucho dinero y estaba muy lejos. Con el tiempo, mucha gente ha emigrado de diferentes partes del país, Juriquilla se ha convertido en un suburbio que alberga a una gran cantidad de familias y negocios. Ahora ya no es una zona exclusiva para gente con mucho dinero y apartada de la ciudad, sino que se ha diversificado en clases sociales con anexos de casas baratas y comercios de todo tipo, y curiosamente ahora ya no parece estar tan lejos como antes se pensaba.
Pero la arquitectura en su virtud de comunicadora de la sociedad hace muy evidente el tipo de gente que vive en este barrio, basta con recorrer sus calles y echar un vistazo a sus construcciones para llegar a la misma conclusión a la que yo he llegado.
El primer aspecto: la gente que vive en este barrio es cerrada.
Y probablemente no lo sea por convicción, sino por miedo ya que en muchos casos es gente que ha huido de sus ciudades por la inseguridad. En Juriquilla todas las casas tienen bardas altas y cercas electrificadas, y todas las construcciones nuevas repiten el mismo patrón tipo “cluster”. El barrio se ha cerrado y la gente se esconde dentro de sus muros altos y cercas electrificadas. Aún en estos conjuntos residenciales “cluster” de los que hablo el vivir en comunidad se traduce a cientos de conjuntos que ofrecen exactamente el mismo tipo de modelo de casa repetida y los mismos servicios que el conjunto de a un lado.
Es ahí donde llego a mi segundo punto: la falta de creatividad.
Recorriendo las calles de Juriquilla se ven nuevas zonas residenciales idénticas en planeación, estilo arquitectónico, servicios, y hasta el mismo color de pintura. Pero eso no solo pasa en la zona residencial, moviéndose más hacia el norte se encuentra la zona comercial, que curiosamente repite el mismo patrón arquitectónico. Cientos de pequeñas plazas comerciales que ofrecen locales de las mismas medidas, la misma orientación y muchas veces hasta el mismo acomodo del programa arquitectónico.
Es aquí donde me pregunto ¿dónde quedó la creatividad de sus pobladores y constructores? Está claro que como barrio no nos estamos poniendo de acuerdo y que si dejáramos de ser tan cerrados y escondernos detrás de nuestros muros altos podríamos tener verdaderos consensos comunitarios. Los mismos constructores se esforzarían en tratar de ofrecer algo más, un plus que ofrecerle a la comunidad en lugar de quedarse en la comodidad de repetir la misma fórmula de construcción, que si bien funciona, es una receta para el fracaso de la ciudad.
Pero no todo está perdido, es en este mismo caminar donde me he dado cuenta que algo de este barrio funciona fenomenalmente: sus parques públicos son un verdadero éxito. Este es un fenómeno que llama mi atención ya que es que es difícil encontrarlo en cualquier otro barrio de la ciudad, donde los parques públicos se convierten en refugios de maleantes y rara vez cumplen su función de esparcimiento y convivencia. De lunes a domingo los parques públicos de Juriquilla, que son pequeños espacios abiertos inmersos dentro de este laberinto de muros y bardas de piedra, dan servicio a decenas de niños jugando, mamás paseando a sus bebes en carriolas, parejas de novios caminando, gente leyendo libros y ya hasta existe una comunidad de dueños de perros que se reúnen a jugar con sus mascotas por las tardes.
¿Sera posible que la arquitectura de encierro provoque que la gente valore más sus espacios públicos?, ¿el uso intensivo de los parques es un reflejo de la verdadera necesidad de sus pobladores por la apertura y la convivencia? A veces me pregunto si los habitantes de estos conjuntos estaríamos dispuestos a tirar todas nuestras bardas y empezar a vivir como lo hacemos en nuestros parques.