Por Leticia Aguilar.
Un espacio público es un escenario para la interacción social; aquel lugar en donde el sentido de pertenencia se genera mediante el uso cotidiano, la libre expresión y finalmente la apropiación del espacio.
El caso de la Alameda Norte, por algunos catalogada como “el fracaso de un espacio público”, ejemplifica en muchos aspectos los componentes que éstos deberían tener para ser exitosos.
La Alameda Allende, conocida también como Alameda Norte, fue construida entre 1994 y 1997 bajo iniciativa de la Presidencia Municipal de ese periodo. Se encuentra ubicada en la colonia Peñuelas, rodeada en su totalidad por viviendas de interés social y autoconstrucción. Está erigida siguiendo la pendiente natural de la zona, por lo que todas sus sendas en realidad son rampas, e incluso, cuando la pendiente es demasiada, aparecen escaleras.
Su superficie de 2.6 hectáreas alberga áreas verdes, juegos infantiles, un pequeño foro, una cancha de basket ball y a manera de hito, la estatua de Ignacio Allende. El interior se encuentra en muy buenas condiciones y limpio, a excepción de algunos muros de mampostería que presentan graffittis.
La accesibilidad a la Alameda es complicada; las rutas de transporte público inmediatas se encuentran a 250 metros de distancia, y para llegar a la avenida principal más cercana que conecta con el resto de la ciudad (Av. Pie de la Cuesta), hay que recorrer 800 metros en una pendiente no muy cómoda para el peatón.
Hasta el momento el error más grave es su ubicación, el hecho de no estar a la vista de todos impide que la gente la ubique diariamente y la reconozca.
¿Cómo calificarla de exitosa?, y ¿exitosa para quién?
Tras una encuesta realizada a diferentes personas que habitan la ciudad, el 55% confesó no haber escuchado nunca de su existencia, el 70% no sabe su ubicación y el 88% nunca la ha visitado. Para un espacio público con el título de Alameda (el cual denota cierta importancia), estos números resultan alarmantes.
Los que sí la conocen platican que antes era “un lugar donde los vagos se juntaban”, que “en las noches es inseguro por la poca iluminación”, y más importante, que “es un jardinsote sin ningún atractivo”.
Posiblemente esta sea la causa de que en mi visita, un domingo por la tarde, no haya podido contar más de 30 personas en su interior.
Mis recuerdos de la infancia cuando visitaba la Alameda cerca de mi casa era encontrar la zona de juegos llena de niños, otros andando en bicicleta o patines, ver al paletero y al globero vendiendo y terminar convenciendo a mis papás de comprar cualquier juguete barato que me llamara la atención.
En la Alameda Norte esto no sucede, ya que no hay diversidad de programas. Curiosamente al preguntarle a los encuestados cuál era el mejor espacio público de la ciudad, las plazas del Centro Histórico, el Parque Querétaro 2000 y el Cerro de las Campanas fueron los preferidos, aquellos que promueven diferentes actividades simultáneas.
Me queda muy claro que el objetivo de esta Alameda no es servir a toda la ciudad, pero la zona donde está ubicada presenta una grave escasez de espacios públicos y áreas verdes, por lo que si ya existe, no podemos despreciarla. Se pueden implementar diferentes medidas para poco a poco regenerarla, trabajando con la comunidad para darla a conocer. La Alameda Norte tiene solución y mucho potencial de poder ser un espacio público exitoso.