Por Eva Sosa.
Los daños por el uso excesivo del automóvil son cada vez mayores: obesidad, estrés, consumo de tiempo, ruido, smog, ciudades fragmentadas, poca convivencia social, accidentes y un costo económico alto para el país forman parte de la lista.
En México el precio de la gasolina es subsidiando por toda la población cuando sólo el 30% de esta viaja en automóviles particulares.
El 70% del presupuesto para mejoras en el transporte se invierte en infraestructura para el automóvil mientras que únicamente el 30% se dirige al transporte público, la bicicleta y el uso peatonal.
De continuar construyendo rutas rápidas, segundos pisos o ampliaciones viales fomentaremos aun más el uso del automóvil pues el tráfico se adapta al espacio que se le da: entre mas vías, más personas querrán y necesitarán utilizar el coche.
El problema no se acaba con esta mala inversión de los recursos, también reside en que nos enfocamos sólo en cambiar la forma en que nos movilizamos: un transporte público eficiente y la implementación de ciclovias son una buena alternativa pero no la solución.
El Distrito Federal es una de las ciudades más extensas del mundo y una de las más dispersas también, con una densidad de apenas 5,799 hab/km2 mientras Paris, por ejemplo, tiene una densidad de 20,806 hab/km² es decir que en la capital francesa viven más del triple de personas en los mismos metros cuadrados de superficie que en la nuestra.
Lo anterior representa para el DF una distribución de recursos poco eficiente, con largas distancias para transportarse y servicios que no llegan a todos sus habitantes.
Si logramos mediante planes de desarrollo urbano mayor densidad, lotificaciones compactas y usos de suelo mixtos, las distancias para movilizarnos se acortarán y medios como la bicicleta o caminar tendrán prioridad.